Debate - Espectáculo

Este artículo trata de sintetizar varias reflexiones sobre los debates padecidos en estos últimos dos días. 

Lo primero que se me viene a la cabeza es que este tipo de debates, con formato de cuatro candidatos, apelotonando frases hechas y datos a toda pastilla bajo una serie de epígrafes es sólo útil para los medios de comunicación que los emiten y para los políticos y partidos que se promocionan pero desde luego nada o poco aportan al ciudadano reflexivo por carecer de rigor en la exposición y de templanza en la confrontación de ideologías, programas, liderazgos y estrategias. 

La debatología (perdón por la acepción) se ha convertido en un fútil ejercicio consistente en condensar todo el corpus del Debate sobre el Estado de la Nación en una sesión de Operación Triunfo. Se trata de atrapar al espectador en una jaula, aunque ésta sea un atractivo plató de televisión donde se encierran cuatro pajarillos de lábiles gorgojos.

Y en ese momento me viene a la mente una segunda cuestión, ¿cómo es posible que la clase política española haya caído en esta martingala de frivolidad? Es cierto que el nivel de nuestros dirigentes se ha derrumbado estrepitosamente, sobre todo comparándolos con los políticos de la Transición, pero es que este tipo de pantomimas los hace parecer aun peores, lo que por otra parte en nada es ajeno a la tendencia mundial. 

Decía uno de los litigantes que estos debates debían ser obligatorios por ley. Espero que no nos fuercen a los ciudadanos a calárnoslos a punta de bayoneta porque desde hoy ya pido que me atraviesen las entrañas antes de iniciar este show. 

Peter Brook sentenció:  "El teatro, en mi opinión, nunca ha sido el lugar idóneo para el debate". Y aunque ciertamente la finalidad de su frase pueda tener otro sentido, yo (y espero obtener su perdón) la reconduzco con objeto de parafrasear mi teoría.

Me gustaría ver a estos señores debatiendo de verdad, sentados cómodamente en un sillón o frente a una mesa, con sus aportaciones escritas, incluso con un ordenador de apoyo, que se pudiesen levantar de su silla en caso de acuciante necesidad fisiológica, que el debate durase cuatro o cinco horas, con turnos apropiados de continuidad discursiva, con un sólo moderador que apenas interviniera para plantear asuntos sectoriales y una dinámica de grupo que los hiciese interactuar y no simplemente negacionarse (perdón por la acepción) entre ellos por sistema. 

Claro que esto resultaría algo más aburrido, sobre todo para la concurrencia actual, ¡pero por Dios!, tampoco supone el esfuerzo intelectual de leer "La República de Platón" o la "Metafísica de las Costumbres" de Kant. Solo resistiendo ese supuesto tostón dejaríamos de ser simples megadatos de audiencia para convertirnos en votantes constitutivos de una democracia cuasi deliberativa pero bajo la operatividad de un sistema representativo.

Publicado en Adiante Galicia. Artículo

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