Isabel II y Boris Johnson, tras los pasos de Juan Sin Tierra y del Duque de Nottinghan

Publicado en Adiante Galicia.


Tras la muerte de Ricardo Corazón de León en 1.199 su hermano Juan I se coronó rey, apoyado por la mayoría de los nobles. El angevino había heredado los territorios Plantagenet en Francia, léase Normandía, y una monarquía “divina” gestionada mediante una sofisticada administración y alimentada por una economía solvente.

Sin embargo, debido a su derrota ante Felipe Augusto perdió sus territorios continentales, sus constantes  intromisiones  en asuntos religiosos le granjearon desavenencias con los obispos, y su presión fiscal y cercenamiento nobiliario desataron una revuelta que lo sitúo en una posición de franca desventaja, viéndose obligado a acatar la denominada “Carta Magna” de 1.215; un documento que a la postre se convirtió en el germen del derecho británico y de los principios y derechos civiles reflectados en la Constitución de los EE.UU.

Bajo la excusa fiscal del “no taxation without representation!”, en el ruedo anglosajón se han venido traspasando incesantes cuotas de poder a favor del Parlamento, tanto en ese campo impositivo como en el de la justicia y la legislación. Sin embargo, Juan sin Tierra no cumplió lo pactado y procuró transgredir el corpus jurídico de esa carta otorgada.

De estos hechos históricos emerge la archifamosa leyenda de Robin Hood, el arquero que con un grupo de fieles se refugió en los bosques de Sherwood para luchar contra la tiranía de Juan y del malvado sheriff de Nottingham. Ya en el siglo XIII se cantaban en las tabernas esas  inmortales gestas. En el siglo XV un cronista identificó a Robin Hood con un misterioso personaje, quizás llamado Roger Godberg, que se unió a la rebelión liderada en 1.263 por Simon de Montfort contra el rey Enrique III (hijo de Juan sin Tierra) quien siguió en la línea de triturar las potestades parlamentarias. Montfort fracasó, siendo ejecutado, y Godberg, o sea Robin Hood, huyó a los bosques en compañía de los llamados desheredados. El duque de Nottinghan, otro protagonista tenebroso de la literatura británica, aparece como persecutor de muchos de esos desheredados. Todos estos personajes que en su día reaccionaron contra el incipiente parlamentarismo han sido vituperados por la iconografía anglosajona. 

Me he permitido la licencia de combinar estos hechos pseudohistóricos para ahora utilizarlos  comparativamente con la situación recientemente generada en las Islas Británicas.       

La Reina Isabel II ha suspendido el Parlamento obedeciendo a una treta del Primer Ministro,  Boris Johnson. La reapertura del Parlamento se producirá 17 días antes del 31 de octubre, la fecha límite que ha impuesto la Unión Europea al Reino Unido para abandonar el Club Continental. De esta forma, los parlamentarios que se oponen a un Brexit sin acuerdo (o duro) apenas tendrán margen de maniobra para aprobar mecanismos que impidan esa ruptura traumática.

Creo que a pesar de su impecable discreción, los Windsor no se han sentido excesivamente cómodos en el Tratado de la UE. La Reina entrona un mayor rol de “boatificación” (perdón por la palabreja) en el remedo de la época victoriana, o sea, comandando la Commonwealth, o en la negativa al Té en Boston, o sea, alineada con los Estados Unidos de América.

Es verdad que negarse a disolver el Parlamento hubiese puesto a la Monarca en una situación de ruptura con la imparcialidad, postura inédita hasta ahora, pero la llegada al poder de un declarado enemigo de la Europa unida como es Donald Trump, y sobre todo de su clon británico, el euroexcéptico Boris Johnson, le ha generado a la Reina una especie de indolencia ante el hecho de perder las estrellas de la UE de su real corona.

Pero ojo, porque Isabel II puede haber cometido un error, no formal, en ese aspecto ha actuado conforme al protocolo, sino una equivocación sobre el sentido de su papel al respecto de las instituciones porque ha permitido una afrenta que atenta contra la democracia liberal más arraigada de Europa y especialmente contra su supremo órgano representativo, el Parlamento.  

La Reina Isabel ha optado por destapar una carta - jocker de euroexcepticismo, incluso por encima de la salud de la Libra o de la libertad legislativa soberana; y Boris Johnson, como el desacreditado Sheriff de Nottinghan ha amordazado a los parlamentarios. A estos solo les queda huir a los bosques de la opinión pública, como aquellos desheredados del Medievo. ¡Ojo! porque el británico de a pie puede percatarse de que para estos ultraconservadores el fin justifica los medios, y a última hora el fin supondrá un nefasto acuerdo para el Reino Unido.

Es cierto que hubo un referéndum que dirimió la marcha de Gran Bretaña de la Unión Europea, a lo mejor, incluso, esa salida no es mala para los ingleses, pero eyectar a sus Señorías Lores y Comunes de sus bancadas para lograr un Brexit a toda costa es algo inaudito en una nación del prestigio de Gran Bretaña.

¿Y donde aparece Robín Hood de esta historia?, pues no aparece. En España nos quejamos, y con razón, de la mediocridad de nuestra clase política, pero comparándola con la de las Islas es de lujo.

Si el papel del arquero valiente, Robin Hood, ha de interpretarlo el errático y dogmático socialista (no Laborista) Jeremy Corbyn, seguro que su flecha acaba clavada en el trasero de las inversiones, eso por no hablar de la crisis de los liberal - demócratas (LIBDEM) desde la defenestración de Nick Clegg y del oportunismo de los nacionalistas escoceses. Con los Tories divididos, desnortados y sin liderazgo, Gran Bretaña parece abocada a encabezar la crisis mundial que se avecina en 2.020.

Cuando se han recién cumplido 800 años desde la Carta Magna las libertades y la democracia liberal del Estado de Derecho corren serios aprietos debido a una nueva era conductista, conducida (valga la redundancia) por agentes políticos poseedores de una insaciable  voracidad de poder pero ataviados con una exasperante ineptidud.

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