La Tribu de los Leprosos en Cataluña

Publicado en Adiante Galicia

La huída por el Proces, Clara Pontasí, se atrevió hoy mismo, en la sede del Parlamento Europeo, a aseverar que para cometer su genocidio Hitler se inspiró en la Expulsión de los Judíos de 1492, efectuada por los Reyes Católicos. Acusando así a España de grandes crímenes contra la humanidad.

Partiendo de la base de mi empatía por el pueblo judío y por el reconocimiento de Israel como nación legítima, tengo que reseñar que el Reino de España no fue el primero de la historia en represaliar a este pueblo, ni precisamente los reinos de Castilla y Aragón, atentaron contra sus vidas por etnofobia (perdón por la palabra), sino que más bien se trató de un acto de deleznable proselitismo religioso.

La asechanza de los judíos fue iniciada en Alejandría durante el siglo III A.C, cuando se les catalogó como Tribu de Leprosos, incluso durante el periodo helénico, (en general tolerante), se ridiculizaba las creencias hebraicas por “misóginas” y se apartaba a los hebreos socialmente. En Egipto, durante la Edad Antigua (410 AC) fueron arrojados de la Isla Elefantina y su templo fue destruido. Por último, el todopoderoso Imperio Romano también los acosó, especialmente Tiberio.

Las persecuciones medievales son más agresivas y se relacionan con lo que hoy entendemos como intolerancia religiosa pero ya combinada con emergentes rasgos de xenofobia cultural e incluso racial. Los primeros en manifestarse fueron los progromos musulmanes, especialmente los de Córdoba y Granada, pero se extendieron como un reguero de pólvora por Siria o Irak, con explosiones virulentas que incluían el asesinato en las turbas contra las sinagogas.

Los cruzados sacroimperiales y franceses se caracterizaron por su violencia antisionista. Y ahora es cuando llegamos a la verdadera inspiración histórica de los nazis para exterminar al pueblo judío. En el año 1147, antes de la partida de la cruzada de Conrado II, se promocionó la primera persecución y sobre todo el primer exterminio organizado por un “gobierno” (Iglesia y élites de los burgos, con el consentimiento de la Corona). Durante más de 300 años los levitas germanos fueron aniquilados (ahorcados, acuchillados o quemados vivos), a pesar de las bulas papales que pretendieron protegerlos. Por cierto, los almogavares catalanes también podaron cuerpos hebraicos en sus correrías mediterráneas.

El caso es que la paranoia se extendió por toda Europa, incluidos los reinos cristianos peninsulares, pero en general, la convivencia en la Península Ibérica fue aceptable, hasta que los Reyes Católicos, tirando piedras contras sus propias finanzas, obligan a los judíos a convertirse o a un éxodo. Sin embargo, si se convertían conservaban sus vidas y derechos, no como durante las delirantes cacerías étnicas hitlerianas, en la que el judío era un ser inferior y vil que debía ser exterminado hiciese lo que hiciese. En realidad, el objetivo de los Reyes Católicos era anular una creencia religiosa en pos de una unidad que otorgase consistencia a su recién creado “Estado Moderno”. Como signifiqué al comienzo, la expulsión sefardí fue un repugnante proyecto proselitista.

Con esa misma vocación, durante la Edad Moderna, se les expulsó de Portugal, de Nápoles, de Túnez o de Lituania pero con intimidación limitada.

Es una vez más, en Alemania, y en Ucrania, con la Rebelión de Jmelninsky, es cuando se les pone en el punto de mira y se les aplasta con una barbarie nunca vista.

La Ilustración tampoco fue piadosa con el Pueblo de Israel. La Rusia zarista anuló sus derechos, Federico de Prusia limitó a los judíos en las ciudades en función del número de habitantes y María Teresa de Austria los abacoró con feroces métodos fiscales de apropiación indebida. A mediados de su mandato escribió: «No conozco mayor plaga que esa raza debido a que su falsedad, su usura y su avaricia nos está llevando a la ruina. Por lo tanto, en la medida de lo posible, los judíos deben ser aislados y evitados».

Estas si fueron palabras replicadas casi textualmente por Adolf Hitler.

Y así llegamos al siglo XX, con la semilla del mal plantada para que creciera una flor demoniaca que llevó a la extinción a seis millones de almas.

Y eso es xenofobia, una flor que precisamente los nacionalistas catalanes también riegan todos los días desde hace ya tres décadas. Desprecian a todo aquel que no habla catalán, y desde hoy, en palabras de la Alcaldesa de Vic, a todos los que no tienen aspecto catalán. Pero las élites del Proces vendrán a salvarlos, acogiéndolos en su seno a través de una nueva conversión, la lingüística.

No obstante, si el nivel de fanatismo supremacista sigue creciendo en Cataluña, podría ocurrir que con el tiempo se necesitasen genealogías de limpieza de sangre para justificar la catalanidad, y hablar catalán ya no sea suficiente. Cuantos charnecos, nueva Tribu de los Leprosos, de Junt pel SÍ, Esquerra y la CUP tendrían que espiar la culpa de sus abuelos nacidos en las miserables tierras españolas de Extremadura y Andalucía.

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